Este artículo va a diferir un poco de los otros que he escrito en el blog por lo que su carácter va a ser más serio ya que pretendo hablar un poco de mi experiencia con los videojuegos a un nivel distinto al de muchos jugadores.
Llevo jugando desde que tengo uso de razón. Empecé con la Master System II. Con Alex Kidd, Sonic, R-type, Altered Beast… y desde ese momento algo se encendió en mí, y no dejé de jugar. Game boy Pocket y Pokémon Amarillo, Play Station y Final Fantasy VIII, Play Station 2 y Dinasty Warriors son algunos de los títulos y consolas que me han ido acompañando durante el viaje de mi vida y que aún me siguen acompañando.
Conforme fui creciendo, por cosas que no vienen al caso, comencé a no ver la luz al final del túnel. A hundirme en un pozo del que no sabía salir y por el que me fui aislando poco a poco. Mi vida se convirtió en rutina: levantarme, ir a clase, volver a casa. Levantarme, ir a clase, volver a casa. Rutina. Estaba todo el día cansado pese a que podía dormir 12h al día un fin de semana. De hecho, mis padres me decían que, que estuviese cansado era imposible por la cantidad de horas que dormía. Además, Muchas veces sentía que mis sentimientos no importaban ya que, cuando intentaba hablar de ellos, o se me hacía callar o no se valoraban con frases como “eso es una tontería” o se me respondía con gritos por lo que fui encerrándome en mi mismo poco a poco.
Tampoco podía jugar demasiado a videojuegos ya que solo me dejaban jugar 1h al día y solo el fin de semana, sin embargo, cuando llegaba esa hora en la que podía jugar, yo era feliz. Mis problemas se desvanecían mientras recorría con el mando el campo de batalla, mientras subía de nivel a mis personajes o me perdía por un mapeado que me dejaba sin habla… era mejor que mi realidad.
Al jugar tan poco tiempo, comencé a leer casi compulsivamente. Podía terminarme libros de 400 páginas en un día y ciertamente, así me tomaba la vida, como un libro. Deseaba volver a casa para ponerme a leer y seguir encerrado en mi mundo donde yo tenía el control total.
Conforme fui creciendo, fui despegándome un poco más de los libros. Y, aunque sigo leyendo, no llego a la asiduidad y cantidad con que lo hacía antes, sin embargo, ahora juego mucho más. Vuelvo a embarcarme en aventuras de todo tipo, soy un Brujo, soy un guerrero de la época medieval china, soy mi personaje favorito de manga… y muchas veces pienso que, gracias a los videojuegos y a la lectura, al haberme refugiado en ellos, me ha ayudado a no caer en pensamientos peores o a realizar acciones que pudiesen haber influido negativamente en mi vida.
Por ello, y aunque he sido bastante escueto, creo que se entiende la esencia del mensaje: Para muchos de nosotro@s, los videojuegos no son un simple pasatiempo, no son solo un hobby. Podemos estar horas y horas pegados a la pantalla porque no nos cansa, porque muchas veces, el juego ha sido mejor que nuestra realidad. Porque ha sido un vendaje para las heridas que teníamos. Porque ha sido nuestra vía de escape.
Así que, no te sientas mal por querer jugar antes que salir por ahí porque es normal. Porque hay muchos momentos en la vida, épocas incluso, en las que no podemos más y nos refugiamos en lo que podemos. Por ello, juega, aprecia esos momentos de felicidad mientas disfrutas de tu título favorito y verás como poco a poco irás mejorando, volverás a querer hacer cosas, querrás volver a salir y de hecho incluso podrás descubrir qué personas estuvieron ahí para ti en tus peores momentos y no se separaron, te dieron tu espacio, cuando lo necesitabas y, cuando vuelves a ser “tú”, te reciben con los brazos abiertos.
Disfruta de los videojuegos y de la buena terapia que pueden llegar a ser. Y, si en algún momento te sientes vací@, aquí tienes una persona que te entiende y que puede ayudarte.